Hay ocasiones en las que me pregunto hasta dónde iremos a llegar.
Otras, en las que apenas recuerdo que debemos llegar a algún lado. A veces a gritos me sorprendo a mitad de un exquisito, demencial y absoluto frenesí. Respiro agitado. Balbuceo, injurio. Me tenso. Te beso. Me miras. Somos uno. Y cuando la sinrazón nos abandona, cuando la agitación desvanece y la sensatez recobra su exacta dimensión, te observo, caminas, te vistes, acaricias.
Cuando la sinrazón se va, clamo que vuelva.
Cuando te siento, así, adherida a mi alborozo, me pregunto contrariado: ¿hay que llegar a lado alguno sino a tu cuerpo?
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