Con frecuencia te evoco. Y me sorprendo sumergido en una suerte de detalles tales que no podrías creerlo. Aquel, que debió ser el día uno en que te vi: esbelta y fascinante, serio el rostro, hechizante caminar. Descubrirte en la redacción, día a día, fue la aventura compartida que llenó mi vida de futuro. Así, tu presencia volvióse cotidiana.
Era mi mirada la primera en buscarte al llegar a la redacción temprano porque, de otra manera, te habrías ido.
Era seguir tus pasos, primero discretamente, y tú, insuperable, paseando de un lado a otro de mi ser. Ahí, tu presencia volvióse un argumento. Te imaginaba, por supuesto. Cómo sería. El talle ideal. Esos ojos. Porque entonces tu mirada marcaba distancia. Nadie dijo que fuese sencillo el escarceo para abrir tu corazón. Esos ojos llenos de ternura y porvenir.
Vino el día en que el equilibrio del cabello y el color de las uñas me obligaron a no dar vuelta atrás. Esa tarde me lancé a la piscina sin saber dónde caería. Y aquí estoy.
Y luego, ser atento. Caminar a tu lado, por las calles, rumbo al metro, primero. De la mano algunas veces. Y después del primer beso, el sinfín de momentos, ya para entonces tú y yo inseparables, entregados al amor. Tu presencia volvióse una sonrisa. Llenamos de ilusiones el camino. Seguimos deambulando cada historia. Somos esa suma de nuestros días enamorados.
Te observo y me convenzo de que no hay otro destino sino a tu lado.
A veces te evoco y me sorprendo sumergido en una suerte de detalles tales que no podrías creer.
Justo hoy, cuando tu presencia se volvió mi firmamento.
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